Eduardo Vergara : Violencia y política

Una serie de actores políticos han salido nuevamente a condenar la violencia. Mientras el Gobierno y el oficialismo apuntan con el dedo a la oposición por no hacer lo suficiente, esta salió en coro para evitar las dudas. Se ha intentado instalar que los líderes políticos tienen poder para frenar la violencia por medio de condenas públicas y que cuando se omiten son responsables. Si bien la condena a la violencia es necesaria, demostró ser absolutamente insuficiente y una señal más de la desconexión de las élites con el momento que vive Chile.

Progresivamente, y a medida que la violencia se mantenía durante meses (tanto en quemas y vandalismo como en la violencia ejercida por el Estado por medio de la policía) desde el inicio del estallido, la problemática se encapsuló en cálculos políticos que generaron un debate simbólico, superficial y funcional para ocultar la profundidad del fenómeno social que se vivía. Mientras el grueso de las manifestaciones fueron pacíficas, el conflicto escaló gracias a la gestión de la seguridad del gobierno que dio prioridad al orden público sobre la seguridad de las personas. Fueron reiteradas las recetas para el desastre.

La pandemia le pegó violentamente a quienes menos tienen y desde el estallido social a la fecha, parte de la élite actuó con sorpresa cuando el caos que normalmente ocurría en la periferia llegaba al jardín de sus casas. Sorprendidos por la destrucción de museos, monumentos y la infraestructura del progreso, no lograban entender por qué los símbolos de la resistencia social que se negó a seguir viviendo bajo parámetros que no le hacen sentido y desintegró el pacto político y social que dio gobernabilidad a Chile por tres décadas, no eran revolucionarios, intelectuales, ex compañeros de colegio o banderas de partidos políticos, sino que un imaginario colectivo anti oligárquico compuesto por Pikachu, la primera línea y un perro quiltro. Estos símbolos, contrarios a un sentido y a una estética aristocrática, adquirieron un rol heróico en contraposición a un gobierno que se comienza a percibir como una otredad. La declaración de guerra por parte del gobierno no hizo más que reafirmar esta situación.

Para reducir la violencia que estamos viendo en el espacio público debemos partir por abordar las violencias estructurales y de fondo por las acciones u omisiones del Estado. Una violencia no justifica la otra y en una democracia la violencia venga de la policía o la calle, no la podemos tolerar. Son exactamente quienes hacen las condenas públicas los que deben tomarse el desafío de la violencia en serio, abrir los espacios para democratizar la toma de decisiones y perderle el miedo a la gente. Después de todo, no estaríamos a días de decidir si tendremos una nueva constitución, si no fuera por el movimiento social que sigue haciendo presión.

Contenido publicado en La Segunda

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